horror de beso no consumado
acabo de ver, de reojo y con presencia invisible, la despedida entre Paola de Río y Salvador de Viña, ella de tiernos y turgentes 18 años, él igual pero con la ansiedad y timidez de los años marca acné.
Ese segundo en que entró en su habitación para decirle ya me voy mientras ella salía de su cama con unos pantaloncitos cortos que son pura nitroglicerina testosterónica, ese segundo duró mucho más que el tiempo que veía pasar en el reloj su papá allá abajo llamándolo para traer las maletas, el taxi y el vuelo y un montón de palabras fugaces.
No quise ver el momento exacto del beso, si fue en la mejilla o en la boca, si hubo un roce en el borde del labio o una mano enredada en el pelo, un topón entre su remera sin sostén ni verguenza y la futbolera roja y larga mucho más allá de la cintura de él. Quizas fue pudor, quizás quise dejarlos improvisar lo que uno ya ha gozado y errado mil veces o quizas simplemente quise evitar ver ese momento que ahora me obliga a describirlo para exorcisarlo.
Ya se fué, ella ahora está como fantasma, tratando de llenar la mañana, preguntándome donde hay un cajero automático, no le quedan ganas de coquetear como lo estuvo haciendo hasta anoche, él debe ir por ahí como zombie buscando donde morder un hueso que quedó enterrado en una tierra que se le va alejando mientras mira por la ventana del taxi, luego del avión y unas semanas más desde su habitación sentado frente a hotmail.
Ese segundo en que entró en su habitación para decirle ya me voy mientras ella salía de su cama con unos pantaloncitos cortos que son pura nitroglicerina testosterónica, ese segundo duró mucho más que el tiempo que veía pasar en el reloj su papá allá abajo llamándolo para traer las maletas, el taxi y el vuelo y un montón de palabras fugaces.
No quise ver el momento exacto del beso, si fue en la mejilla o en la boca, si hubo un roce en el borde del labio o una mano enredada en el pelo, un topón entre su remera sin sostén ni verguenza y la futbolera roja y larga mucho más allá de la cintura de él. Quizas fue pudor, quizás quise dejarlos improvisar lo que uno ya ha gozado y errado mil veces o quizas simplemente quise evitar ver ese momento que ahora me obliga a describirlo para exorcisarlo.
Ya se fué, ella ahora está como fantasma, tratando de llenar la mañana, preguntándome donde hay un cajero automático, no le quedan ganas de coquetear como lo estuvo haciendo hasta anoche, él debe ir por ahí como zombie buscando donde morder un hueso que quedó enterrado en una tierra que se le va alejando mientras mira por la ventana del taxi, luego del avión y unas semanas más desde su habitación sentado frente a hotmail.