®

jueves, octubre 05, 2006

B12

Hoy estuve con Lucho y Bárbara, celebrando su última noche en la tierra de este lado de la cordillera. Bebimos champaña como en las películas, en esos tiestos que vienen con hielo al borde de la mesa. Festejaban el intercambio de obra por habitación que lograron en el hostel Ostinatto, donde están alojando hasta mañana. Digamos que sería el equivalente más eficiente a una venta "real". No los veré hasta marzo si nuestras agendas se mantienen inmóviles hasta esa fecha. Recordaré este día con la felicidad de una panza llena de bife de chorizo y papas fritas en el nada menos que estiloso Palacio de la Papa Frita en plena calle Corrientes. Gracias por la invitación cauros, es menester la vitamina B12.
Hablamos de los personajes que uno se fabrica, les traté de contar mi visión de cómo uno funciona como Mazinger y al comenzar el día se estaciona en la propia cabeza para controlar el cuerpo que es el robot propio, el esclavo golem de carne que nos sirve y protege. Con este objetivo terminé haciendo una especie de mapa de la danza en Stgo (quién me manda a inventar tanta elucubración barata!) terminando en que para realizar nuevas rutas en la danza hay que abstraer el trance particular, ese placer que a uno le da hacer lo que hace y llevarlo a otro lugar donde no exista bandera aún, en la danza -que es el lenguaje nativo o materno de Bárbara- serían las escuelas de Release, Cunningham y sus parecidos, por otro lado la danza interactiva o tecnológica, el cabaret que inunda Bellavista y similares y el Butoh y los rituales que aparecen más que de vez en cuando. Así de simple un mapa para designar los lugares que ya están colonizados y ante los cuales la pregunta es, participas o no participas? te sirve o no te sirve? te gusta o no te gusta? todas esas preguntas que te dicen si perteneces o no a un lugar que tiene mucho menos de físico que de social. Aparecer en la página social del diario vivir dijimos.
¿Con quiénes te gustaría estar en esas fotos?
Yo aún no lo sé, principalmente porque las caras que me rodean cambian tan rápido que el impulso de retenerlas es demasiado tenue. Que mi cámara esté rota me dice mucho al respecto. Son 250 pesos y veinte días los que me esperan para solucionar ésto.
Ahora el sueño me gana las ganas de darle sentido a estas líneas. Sólo escribo ahora para hacerle batalla al olvido que me llega seguro mañana. Seguro. Lo juro.