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lunes, septiembre 11, 2006

Bautizo

un bautizo terrible que aun no llega
es lo que acabo de soñar.
no desperté gritando como en las películas, sino lentamente, como los gatos en el sofá cuando todos se fueron a la oficina.
la flojera se paga inmediatamente, quería estar sólo unos minutos más andando en esa moto en la que bajaba de un cerro hecho de esa tierra húmeda que queda después de la lluvia en la playa, que es una mezcla de barro arcilloso y piedras recién descubiertas. en la carrera alguien me tomaba del brazo y no me podía zafar. me decía que pasara luca mientras yo lo interrogaba si me estaba probando como amenaza o como alimento. abrí los ojos, el cielo gris afuera confirmaba el frío que sentía en las piernas, las frazadas no eran suficientes y los calzoncillos menos. me acurruqué en la olla que hacía mi peso sobre el colchón y me tapé la cara. seguí soñando. ahora estaba caminando por un sendero de tierra junto a un bosque, sacandole fotos a mi papá que estaba entrando en el mar con una toalla en la cintura y un sombrero gigante en la cabeza, como de charro pero más como de jardinero (o era esa imagen de van gogh pintando entre las espigas?).
las olas no eran altas pero llegaban hasta el lugar donde entre troncos y arena me había sentado. Dejé la cámara y un block a mi lado, recuerdo el lápiz también.
El agua comienza a subir hasta mí, la espuma y el sonido de ella. El block de papel, se va a mojar.. mientras mantengo la cámara arriba con la otra mano y con un dedo libre la apago para evitar algún cortocircuito.
Ahora me cubre hasta la cintura. Meto la mano debajo del agua y encuentro las cosas, las tiro hacia atrás donde aún no está mojado y al darme vuelta veo un perro que viene nadando.
Cuando llega ya todo está normal, el agua en su lugar y mi papá sentado en una silla de playa tomando sol con el resto de la familia.
A su encuentro viene un tipo malaspectado, con esa actitud bravucona de los que tienen alguna razón y la han estado masticando un buen tiempo.
Viene gritando mi apellido.
Lo noto y me preocupo, no siento que venga sólo a conversar. Me levanto cuando él se sienta en la misma silla que mi papá y voy a escuchar lo que hablan.
Me demoro una eternidad en caminar hasta allá.
Cuando llego el tipo se está largando moviendo la cabeza con impaciencia. Lleva una mano en el bolsillo dándole vueltas a algo. Lo saca y es una punta de cristal muy transparente, como rota de una lámpara de lágrimas. La toma como un punzón, como un arma. No recuerdo si la bota o la guarda nuevamente.
Acelero el paso y lo alcanzo.
¿Qué paso recién? le pregunto.
Él habla sobre su padre al cual no le habían pagado una plata y como era de la clase obrera ya estaba desesperado con ese abuso, así que venía a buscar a este otro tipo, mi papá, que era responsable de eso. Mientras habla de esto, pasamos por una especie de dormitorio de madera que da a la calle, es un camarote de cuatro camas de alto, empotrado en algo como un cerco de madera al costado del camino. El mismo tipo de construcción para guardar caballos, es como un establo mezclado con dormitorio colectivo.
Mira hacia dentro y alguien gime algo. Él me habla de unos guachos tiernos que tiene y se toma las manos dandome a entender que es lo único bueno y tierno que tiene la vida. Corre levemente la cortina para revisar el interior del camarote y alcanzo a ver dos chicos que están durmiendo sobre la cama. Algo en su forma de mirarlos me dice que no son sus hijos.
La cortina se corre y al verlo nuevamente mira una mole de metal al fondo. Estamos en un claro de bosque y al final a unos metros está este galpón metálico con unos engranajes gigantes a la vista y una chimenea alta y oxidada.
Le cuento que mi papá también es nieto de un trabajador de salitrera y me mira. No recuerdo su mirada, sólo sus bigotes blancos, como si le estuviera hablando a su padre y no a él. Como si le recordara que quizás se pudieron haber conocido ellos antes que nosotros.
Termino de decir esto cuando en el río que corre a unos pasos veo pasar tres cuerpos flotando. Tienen cortes en la piel. La carne desgarrada no se separa y los acompaña como ropa teñida que va perdiendo color en la corriente. Son dos mujeres y un hombre. Una de ellas comienza a gritar. No se mueve, excepto su cabeza que mira su propio cuerpo y grita y grita. El tipo que va flotando al lado le grita de vuelta que ahora tiene cinco tetas y algo más sobre la sangre o el cuerpo que no entiendo o no recuerdo. Que así bajaría de peso, creo.
Le digo al tipo que tenemos que ayudarlos y en ese momento se llena de gente corriendo alrededor. Levantando polvo. Todos vestidos iguales como si estuviésemos en un campamento.
Hay gente del colegio. Ahora te va a tocar, me dice alguien en la oreja y sigue su carrera. Se persiguen. Unos persiguen a otros, pero no sé quién es quien, todos llevan poleras blancas. Veo que nos rodean y alguien me dice que me deje no más. Veo como saca un cuchillo y viene a cortarme, me levanto la polera para indicarle donde hacerlo y cuando ya está cerca lo golpeo en la cara y salgo corriendo. Está todo cercado. Hay dos bastidores muy altos, como reja de estadio cubierta por una bandera o publicidad electoral, que impiden escapar. Comienzo a repartir puños a todo el que se acerca. Incluso a los que recuerdo amigos. Me pregunto por qué siguen con esto. Por qué lo hacen. Pero no tengo tiempo para responder, vienen por mí. Salto hacia la reja y subo hasta el tope. Me siento en la esquina a ver como se atrapan y se cortan la piel.
Despierto adolorido.